El guaraní encontró en don Félix el medio exacto para crecer hasta una altura insospechable; para decirnos –contra todo prejuicio– que está hecho para medirse de igual a igual con otros idiomas, especialmente el castellano. Es así que tenemos traducidas al guaraní varias obras universales. Un guaraní que se entiende, que se lee con gusto, con gracia, que nos hace sentir orgullosos de ser dueños de un idioma tan rico, aunque muy golpeado por un antiguo complejo de inferioridad.
Y contra ese complejo don Félix –a igual que otros estudiosos– se remangó hasta los codos para abatir, poco a poco, el obstáculo que impidió por demasiado tiempo al guaraní instalarse en todos los hogares, principalmente los capitalinos. En efecto, “guarango” llegó a ser –lo es todavía– la terrible palabra para calificar a quien se expresa en guaraní. Identificar lo chabacano, ordinario, vulgar, con el deseo y la práctica de hablar en guaraní, fue –es– el castigo inmerecido que ha caído sobre nuestro idioma como una maldición.
Ante esta nube negra, don Félix se alzó con la fuerza de su admirable talento y su voluntad de hierro. El número de sus obras nos dice que no se dio descanso ni en la escritura ni en el estudio. Así en el tormento del exilio como en la luminosidad de la patria.
Su larga vida le permitió lidiar con dos dictaduras militares: la del general Higinio Morínigo (1940-1948) y la del general Alfredo Stroessner (1954-1989). Con ellos conoció los apresamientos y el destierro, obligado camino para quienes piensan por cuenta propia y sueñan con un país “sin ataduras para el pensamiento”.
Don Félix tenía el físico de Don Quijote; pero más tenía de su vocación por acometer contra molinos de viento, por tender la mano al desvalido y denunciar injusticias. No es de extrañar, entonces, que volcara al guaraní la creación cervantina. Tradujo, también, el poema gauchesco de José Hernández, Martín Fierro. Igualmente, los versos universales musicalizados para la interpretación admirable de Ricardo Flecha.
Me cupo el privilegio de haberlo tratado, no con la frecuencia deseada, pero casi lo suficiente para medir su dimensión humana e intelectual. Fuimos compañeros en la Dirección de Cultura de la Municipalidad de Asunción y en el Ateneo “José Asunción Flores”. Me había honrado con el pedido de presentar su libro de teatro, un puñado de comedias en guaraní que son la acabada expresión de sus preocupaciones sociales a más de su conocimiento de la índole de sus compatriotas, por quienes tanto se había preocupado.
En todo momento don Félix ha sido un caballero. Discreto, amable, solidario, trabajador incansable. A juzgar por la cantidad de sus obras uno se pregunta a qué hora dormía. Pero no solo escribía: investigaba, reflexionaba, tenía cátedras en colegios y universidades, daba conferencias, asistía a reuniones artísticas y culturales. En fin, que no se daba descanso.
Mediante esa vitalidad, y el compromiso con la cultura de su patria, pudo darnos los instrumentos para conocernos mejor, para vigorizar nuestro idioma y amarlo profundamente desde la razón y la emoción.
Don Félix continuará guiándonos, como el maestro que fue, con su copiosa literatura, su talento prodigioso y su conducta transparente. Con muchos años en el exterior, siempre fue un paraguayo de ley, un karai guasu como pocos.