jueves, 12 de agosto de 2010

El dolor de un hombre llamado Fernando


Publicado por: Gustavo Olmedo

La noticia de que el presidente Fernando Lugo sufre de cáncer conmovió a todo el país, generando, como era de esperarse, especulaciones de todo tipo; desde las más naturales y espontáneas, hasta aquellas malintencionadas, sin escrúpulos, marcadas por la ceguera que produce las ambiciones políticas desmedidas.

Y en ese sentido, muchos hemos sido testigos de lo difícil que resulta, especialmente para la prensa y los políticos, respetar y mirar a la persona en su dignidad más allá de las implicancias que por su investidura conlleva esta delicada situación; tratar con prudencia y delicadeza el dolor ajeno es un ejercicio siempre difícil de practicar.

"Pobre hombre", manifesté en medio de una improvisada conversación con un especialista oncólogo el día en que se difundió la información. A lo que él me respondió: "No es pobre, es un bendecido". Tal respuesta me dejó perplejo, casi sin reacción. "Es un agraciado -prosiguió- porque un dolor de este tipo puede ayudarlo a deshacerse de lo superfluo y mirar lo esencial de la vida".

Y es cierto. Ninguno de nosotros querría enfrentar una situación así, pero es verdadero reconocer que son las circunstancias como estas las que nos obligan a mirar más allá de lo inmediato, a hacer una pausa y analizar con detenimiento hacia dónde vamos y quiénes somos realmente, cuál es nuestra fuerza y el nivel de dependencia que marca nuestra naturaleza; quizás también a aspirar algo más que el éxito económico, el poder político o la aprobación social, que muchas veces deseamos con tantas ansias.

Dicen que el hombre cambia de rumbo y/o comportamiento, principalmente, tras el impacto con realidades extremas.

No obstante, ante ellas siempre estará en juego nuestra libertad, la opción de sublevarnos o declararnos como en rebeldía ante la realidad, rechazando sus implicancias, cerrándonos a toda posibilidad de aprendizaje o de alguna "propuesta positiva" que surja de ella y del sacrificio que exige.

Sin embargo, está claro que no hace falta esperar una situación de este tipo para dar un salto de calidad en la vida; es cuestión de buen uso de la libertad y la razón.

Pero aprender y crecer con las circunstancias -sobre todo con aquellas complicadas-, requiere no solo de un corazón sencillo y una razón abierta, sino también de una educación verdadera, aquella que transmite y muestra que la realidad es siempre positiva, por encima del sentimiento inmediato que produzca, o el color que parezca tener.

Pero, por sobre todas las cosas, aprender con coraje del dolor, exige, más que nada, de una compañía humana, un rostro en quién confiar, un hombro en quién descargar el peso del cansancio y una voz que transmita las razones y la esperanza necesarias para continuar.

Por ello, no podemos más que desear esto, tanto para el presidente como para todas aquellas personas que en peores condiciones económicas y de infraestructura enfrentan esta situación en los precarios y desabastecidos hospitales de nuestro país.

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