Una primera es convertir a la persona como referente de la lectura e interpretación de la realidad, porque su crecimiento supone poner en un acto la capacidad de dar sentido a las acciones en el mundo para guiar nuestras conductas y motivaciones éticas.
Precisamente el sentido de nuestros actos se orienta a la percepción de los valores; éstas encuentran su fundamento en la concepción de la “persona” que poseemos. Si nuestras percepciones están centradas en la persona como valor absoluto, nuestra visión de la realidad será muy diferente de aquellas donde el valor se halla en los objetos o en contenidos de las materias, o donde tener más vale que el ser. De allí la importancia de reconfigurar al sujeto en una dimensión de valor.
Esta nueva configuración de la persona, forma parte de nuestra tarea educativa en relación con las redes sociales que facilitan un cambio de concepto sobre un sujeto. Hoy se lo reconoce como un ciudadano consumidor y cliente, más que como un sujeto que obra, como un actor que transforma su medio material y social, que toma decisiones y establece relaciones culturales.
Precisamente el sentido de nuestros actos se orienta a la percepción de los valores; éstas encuentran su fundamento en la concepción de la “persona” que poseemos. Si nuestras percepciones están centradas en la persona como valor absoluto, nuestra visión de la realidad será muy diferente de aquellas donde el valor se halla en los objetos o en contenidos de las materias, o donde tener más vale que el ser. De allí la importancia de reconfigurar al sujeto en una dimensión de valor.
Esta nueva configuración de la persona, forma parte de nuestra tarea educativa en relación con las redes sociales que facilitan un cambio de concepto sobre un sujeto. Hoy se lo reconoce como un ciudadano consumidor y cliente, más que como un sujeto que obra, como un actor que transforma su medio material y social, que toma decisiones y establece relaciones culturales.
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