Los tiempos acelerados, las libertades mal interpretadas y el egocentrismo predominante en la sociedad, derivan en forma constante y casi imperceptible en actitudes que nuestros padres (al menos los míos) detestaban y corregían. Me refiero a las interrupciones durante una conversación entre dos personas, tanto entre ambas como la de un tercero a una de ellas (peor aún). “Cuando un burro habla, el otro para la oreja…” era el refrán poco elegante pero a la vez muy ilustrativo a la hora de señalar los malos modales en cualquier charla. No hay nada más molesto que una persona que está atenta a una exposición a que venga otra y lo distraiga… hasta la persona más considerada se siente incómoda, porque constituye un agravio el no prestar atención a un interlocutor. Lo mismo se aplica a otras situaciones, como conferencias, conciertos, obras de teatro y proyecciones, actos culturales de cualquier índole, ya que el expectador demuestra con su silencio al menos respeto, si bien no está de acuerdo o no es de su agrado aquello que se expone.
Este hábito debe ser inculcado al niño desde pequeño: con amor, firmeza y constancia, aprenderá a no interrumpir mientras sus padres, tíos y abuelos conversan, y esperará una pausa para dirigirse a uno mas de ellos (esto obviamente no se aplica a casos de urgencia, como accidentes, o si existen riesgos para la integridad de los presentes). Así mismo, al llegar su turno, debe ser escuchado con atención, procurando el contacto visual, demostrando interés genuino en lo que tiene que decir. Así, en forma paulatina e inconsciente, siendo respetado su derecho natural, aprenderá a respetar a terceros.
Fuente: http://www.moniblog.com/
No hay comentarios:
Publicar un comentario