Fuente: Artículo de Marisol Palacios publicado por el Diario ABC Color
Desde la aparición de Internet, con sus múltiples facilidades para leer, se ha instalado la interrogante de si estamos ante la inminente muerte del libro en papel, considerando que actualmente, la gran mayoría de la gente puede acceder a cualquier tipo de obra a través de la Red, en cuestión de segundos.
El asunto radica en tener un poco de interés y de hacerse de unos minutos de tiempo.
Lógicamente, este tema también se ha instalado en la Red, en algunos foros, en los que, si buscamos un poco, encontramos gente preocupada por el asunto que plantea argumentos interesantes; algunos de ellos afirman que el libro en formato papel morirá, porque como todo en esta vida, nada es eterno, y por qué el libro tendría que ser la excepción, aunque “persistirá el acto de la lectura, ya sea en una pantalla digital, en un holograma o en una imagen mental a la que nos enchufemos desde la biblioteca matriz”.
Otros sugieren que “con el libro de papel hay una especial confidencia entre la obra y el lector; sus tapas se tocan, su superficie y contornos del canto se palpan, sus hojas se pasan rápidamente en acto de mago de baraja de cartas, su papel, su tinta, se huelen y se esnifan para embriagar el olfato; su disposición en la estantería te recuerdan el buen rato que te han hecho pasar unos y la cuenta pendiente que queda por saldar aún con otros.
Hay un efecto sedante que proporciona una lectura refugiado en una manta en las horas previas a rendirse al descanso; su portabilidad es óptima para embaucarse en el viaje de la lectura en el metro, tren, autobús”. También están los ecologistas que esperan que “quizás, no sean de papel, sino de alguna sustancia nueva que evite la tala de árboles para pasta de papel, pero el libro como tal, seguro que seguirá existiendo”.
En fin, en lo que la gran mayoría está de acuerdo es en que el acto de lectura persistirá, pero que los e-books son los que regirán a partir de este siglo, es decir, vaticinan que los libros en papel tienen sus días contados, son una especie en extinción. Es cierto que los tiempos cambian; eso es indudable y hasta tautológico, y aunque tal vez suene ingenuo mi planteamiento, me es imposible imaginar la escena de amor entre Paolo y Francesca en el Canto IV del Infierno de la Comedia de Dante, quienes tras la lectura en la Web de El Lanzarote del Lago, se enternezcan y se enamoren.
Así como tampoco me imagino a Borges –quien se imaginaba el Paraíso bajo la especie de una biblioteca, aunque por magnífica ironía de Dios le dio al mismo tiempo novecientos mil libros y la noche– leyendo a Kafka o a Goethe en la Red. Y si bien una de sus obsesiones eran los laberintos, lo que a fin de cuentas es la Red, un magnífico laberinto, pero laberinto al fin, no creo que hubiera preferido más la lectura por medio de la computadora que a través de un libro en papel. Aunque eso ya nunca lo sabremos. El libro –en soporte papel– forma parte de nuestra cotidianidad, nos acompaña en todos los momentos de nuestra existencia, desde que nacemos hasta que dejamos este mundo.
Los que amamos los libros, por ejemplo, estamos acostumbrados a releer mil veces nuestros pasajes favoritos, a veces hasta a subrayarlos y marcar la esquina de la página, aunque eso suene un crimen. Por eso me resulta difícil imaginar –como dice una amiga– ir a leer a la plaza con la notebook, o en el ómnibus. Como tampoco imagino a los creyentes, por ejemplo, leyendo –no digo que no vayan a hacerlo– la Biblia, el Talmud o el Corán, entre otros, a través del monitor. Se me hace que le quita la calidez de esencia que implica ese tipo de lecturas, la mística del contacto con Dios. Y, aunque como algunos piensan lo que importa es el mensaje y no el medio, da la impresión de que el mensaje queda netamente entre la fría emisión de la máquina y el receptor, en este caso, el lector. Como tampoco me imagino a un sacerdote o a un rabino mirando una pantalla para predicar, bautizar, realizar un casamiento, dar la extremaunción, etc. Aunque seguramente llegaremos a eso; es casi seguro.
La tecnología avanza; nadie puede sustraerse de esa realidad. Lastimosamente –y casi con orgullo–, para los tiempos que corren, soy de la generación de los que recuerdan su primer libro –Mujercitas, de Louise May Alcott, en este caso–; su libro de primer grado –Semillita–; de los que tienen sus libros preferidos para recurrir a ellos en caso de tribulación; de los que siempre tienen un libro en la cartera –aunque por poco no te suelten el hombro–, de los que siempre quieren ser los primeros en correr a las librerías para comprar la última obra de García Márquez o Vargas Llosa o del último desconocido Premio Nobel. También de soy de los que piden prestadas a los que compran las obras de Dan Brown o Paulo Coelho –para no decir que uno las tiene en su biblioteca, pero que igual queremos saber qué contienen, para luego criticarlas–, o simplemente para estar en onda; en fin, soy de los que no puede resistir el influjo de la seducción del libro; de sentir lo mismo que sintió Alicia cuando fue al país de las maravillas, pues eso es lo que se siente cuando se abre un libro nuevo –que no tiene que ver con que sea recién comprado, porque otra de las mejores sensaciones que nos dan los libros es la poder aventurarnos en una librería de usados, descubrir nuevos tesoros y, a la vez, pasar por las páginas por las que ya pasaron otros, experimentar lo mismo que los que nos antecedieron y preguntarnos si ellos encontraron los mismos que nosotros–: es descubrir nuevos mundos, nuevas formas de ver la vida, otras maneras de pensar y de encarar la existencia, aunque no estemos de acuerdo con ellas. Porque eso tienen los libros: nos hace mejores, nos enseñan a sentir, a desear, a imaginar, a soñar, a discernir, a evaluar, a reflexionar; en síntesis, a pensar y a elegir; sí, y tal vez esa sea una de las cosas más importantes, porque si sabemos elegir nuestros libros, también sabremos elegir todas las demás cosas inherentes a nuestra vida, especialmente como la que nos toca el día de hoy, por ejemplo. Saber discernir y elegir lo que mejor nos conviene para el futuro.
Tal vez todo esto que nos dan los libros en papel también lo obtenga la generación actual a través de la lectura de un libro en la Red. Y ojalá así sea, por el bien de la lectura y de los lectores. Dado que actualmente todo es rápido: comer, dormir, amar, leer, en fin, todo es exprés, posiblemente haya gente que ya no opina lo mismo que lo que pensamos los que amamos los libros, y que también, aunque más humildemente, imaginamos el Paraíso en forma de biblioteca.
Probablemente dentro de poco, todos estaremos con las computadoras portátiles (notebooks) por todas partes, si los caballos locos nos dejan. Aunque... no lo creo; me resisto a pensar que habrá gente que vaya a llorar sobre el frío teclado.
Sin embargo, pienso que siempre habrá gente que se emocionará, reirá, llorará y hará volar su imaginación con las cálidas páginas de un libro.Ahora bien, aunque tal vez, como muchos piensan, finalmente, más allá del tema de si sobrevivirá el libro ante tanto avance informático y las posibilidades de lectura que nos brinda, realmente, lo más importante, fuera de todo romanticismo, es que no se abandone el hábito de la lectura.
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