Suena contradictorio que celebremos la alegría de ser niño o niña
mitificando al niño-soldado, glorificando lo que en realidad fue una
horrible masacre de inocentes, enviados a ser exterminados en una
batalla como carne de cañón, en la histórica Batalla de Acosta Ñu. Es
lindo que tengamos un día que dedicarles, pero no lo hagamos negando o
distorsionando las tragedias del pasado,
sino asumiendo y corrigiendo los dramas del presente, para construir un
futuro mejor. Para muchos niños y niñas del Paraguay, el verdadero día
aún está lejano (el 40% de nuestra infancia vive en situación de
pobreza, según datos de la CDIA, que hoy publica Última Hora). El mejor
regalo que les podemos dar, es comprometernos –hoy y todos los días- en
luchar por cambiar esta dura realidad.
En homenaje a ellos y a
ellas, en memoria del niño que alguna vez fui –y que en algún lugar de
mi interior, sigo siendo-, rescato este texto clásico mío:
CORRE, NIÑO, CORRE…
La luz del semáforo en rojo dura apenas 30 a 60 segundos.
Es muy poco tiempo para intentar convencer a los automovilistas
detenidos fugazmente de que sus parabrisas necesitan de una rápida
limpieza sin limpiar, o de que el bebé lloroso que cargás en los brazos
en realidad es tu hermanito que necesita leche desesperadamente, o de
que si no te compran al menos uno de los caramelos de marca kañy, o la
aspirina hecha de harina en polvo, o la estampita fraguada en la
fotocopiadora de la esquina, o la bolsa de mandarinas machucadas, hoy te
podés quedar sin nada que comer.
Sí, es muy poco tiempo para tratar de convencerlos de que toda esa mentira... es verdad.
Corre, niño, corre...
Salta a un costado, esquiva el bólido que pasa peligrosamente cerca de
tu cuerpito flaco, ganale al tiempo, trata de llegar a la ventanilla del
auto antes de que el chofer la cierre a toda prisa en un intento por
huir de tu mano implorante, de tu carita de lástima, ocultándose detrás
del vidrio ahumado para no tener que darte un puñado de monedas o un
arrugado billete de mil guaraníes.
Corre, niño, corre...
Ignora
los gestos hoscos, los insultos, la voz chillona que te grita "haragán,
andate a trabajar" como si no fuera otra cosa lo que hacés.
¿Será que no entienden que ese es tu trabajo?
¿Qué ese es el único trabajo posible que te han dejado?
Aunque a veces sí hay una mano anónima y cariñosa que te regala un
billete solidario, una palabra amable, una sonrisa franca, justificando
por un breve instante toda tu pesadilla.
Corre, niño, corre...
Huye de tus propios padres o padrastros, hermanos y mayores que te
explotan, quizás porque ellos también crecieron siendo explotados y no
conocen otra manera.
Huye de los proxenetas, de los abusadores, de
los traficantes de cariño, de los que te tienen atrapado en su viciada
telaraña afectiva.
Huye de la policía que te usa como informante y proveedor de pequeños robos.
Huye de los fiscales mediáticos, de las juezas y secretarias del menor,
de los asistentes sociales, de los promotores de organizaciones no
gubernamentales que buscan justificar contigo sus programas cotizados en
euros o en dólares, de los periodistas denunciadores que te persiguen
con sus cámaras sensacionalistas para aumentar su rating.
Corre, niño, corre...
Más veloz que los autos que cruzan en rojo los semáforos.
Más veloz que el destino que te persigue implacable.
Más veloz que el mismo tiempo que avanza en contra como un reloj al revés.
Corre hacia el futuro, donde quizás te aguarda la esperanza que aquí no puedes encontrar.